En los últimos años hemos “reclamado” a los fabricantes, creadores de programas y aplicaciones unas políticas de privacidad que tengan más sentido y que sean fáciles de leer, entender y aceptar. Sin embargo, es posible que el mensaje no lo hayamos enfocado correctamente, quiero decir que no se lo hemos dicho a quién deberíamos haberlo dicho.
Una política de privacidad desde mis ojos de informático es tan enrevesada como la legislación lo pida. Difícilmente podrá el abogado de privacidad de una empresa de software escribir una política en una sola página para una aplicación, porque se dejará cientos de condiciones sin abordar y el resultado es poner en riesgo a su cliente. Pero, por el otro lado cuando se escriben páginas y páginas, hay mucho espacio para que el usuario ni siquiera se entere que acepta que todo lo que crea y produce será propiedad del fabricante.
En la pasada comparecencia de Mark Zuckerberg ante el Senado de los Estados Unidos, un Senador le enseñó al fundador de Facebook las políticas de privacidad de la red social impresas, un bulto enorme de papeles, e increpó a Zuckerberg por la complejidad y el tamaño de dicho documento, en mi opinión, el Senador tendría que haberse hecho la pregunta a sí mismo.
Pienso en al menos tres capas, que no son idea mía, que es la forma en que ya funciona el sistema que hoy llamamos el “mundo físico” para diferenciarlo del “mundo digital”. Es lo que hacen los ciudadanos que hasta hoy han mantenido el país, por ejemplo, quien ha tramitado el permiso para operar un bar, ha necesitado unas normas generales de su ciudad (licencia) y cumplir unos requisitos de sanidad (su sector), antes de poder colgar el letrero que anuncia el producto y que se reserva el derecho de admisión.

Para producir una política de privacidad simple, que permita que un ciudadano sea responsable de sus propias decisiones, y a la vez que los fabricantes puedan ser muy claros respecto del servicio y sus intenciones, es necesario simplificar el proceso, dividir un documento complejo y grande en al menos tres partes gestionables.
Capa del Ciudadano. Hay un conjunto de requisitos que debería aceptar la administración en nombre del ciudadano. El equivalente (quizá) a la licencia de operación. En el mundo físico cuando entramos a un restaurante no tenemos que hacer inspección general, preguntar si pagan sus impuestos, y si tienen permiso para operar, lo que hacemos es confiar en que el departamento responsable ya se ha encargado, es tanto así, que la mayoría de los ciudadanos no sabemos si es el Ayuntamiento, la Comunidad Autónoma, o la administración central; tenemos la sensación de seguridad que nos dice que el reparto de nuestros impuestos se ha realizado y se han tomado las medidas necesarias. De la misma forma, cualquier empresa que quiera operar en nuestro país, debería enfrentarse a la administración con un conjunto de requerimientos básicos que seguramente se encargarían de más del cincuenta por cien del documento que contiene la política de privacidad.
Quizá podrías pensar ahora que esto limitaría a las aplicaciones hechas por personas individuales o pequeñas empresas, y yo creo que es todo lo contrario, sería la clave para que finalmente la otra parte que se enriquece pero que a la vez se lava las manos participe como corresponsables, y me refiero a las empresas dueñas de las tiendas de aplicaciones, como Google, Apple y Microsoft.
Capa del Sector. Estos son los requerimientos que ahora deben cumplirse en referencia al sector económico en el que se opera. Es el equivalente al permiso y supervisión sanitaria del restaurante. De hecho, si esta capa existiera, no habríamos tardado tanto en conocer que Uber es una empresa de transporte y no una empresa tecnológica. La Unión Europea gastó una cuantiosa cantidad de dinero y tiempo para determinar que una empresa que emite facturas por transportes es de hecho una empresa de transporte. Una capa como esta le ahorra ese riesgo al ciudadano y lo delega en agencias especializadas, que saben y llevan mucho tiempo haciendo su trabajo en servicio al pueblo. Los ciudadanos no convenimos las auditorías y los términos y condiciones cada vez que subimos a un taxi, después de la licencia, y las validaciones del sector, solo nos quedaría acordar el destino y algunas veces el pago.
Capa del Fabricante. Una vez cumplida la ley, el fabricante tiene la oportunidad de poner en blanco y negro sus condiciones de servicio, las cuales se verá obligado a escribir de forma clara debido no necesariamente a su intención de transparencia, sino a que no quedan páginas en dónde escribir u ocultar algo.
Si has leído hasta aquí, y si eres un abogado ejerciente u otro profesional de Derecho en ejercicio, es probable que hayas encontrado muchas razones para decir que me equivoco. Seguramente. Pero me falta añadir un punto más, y muy importante.
Hemos llegado hasta este punto con documentos redactados por abogados, quienes han ido a la universidad y han aprendido a escribir como si estuvieran viviendo en el siglo de oro de la literatura española. De eso hace quinientos años, y como ingeniero informático permítanme pedirles, muy respetuosamente, que nos ayuden a proteger las obras digitales y los servicios digitales, “en cristiano”, en el lenguaje que entiende toda persona que no es abogada, notario o juez.